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¿Conocemos a dónde queremos ir y a dónde nos puede llevar el yoga cuando nos apuntamos a practicarlo?

¿Conocemos a dónde queremos ir y a dónde nos puede llevar el yoga cuando nos apuntamos a practicarlo? 


La tradición yóguica, antes de proponer ninguna técnica, habla de su sentido, de los objetivos deseables, de las bases de una práctica sólida y de los obstáculos que nos podemos encontrar en el camino. 


Julián Peragón 
Antropólogo.

Profesor de Meditación y Formador de profesores de la escuela Yoga Síntesis.

 Antes de iniciar un largo viaje, vale la pena pararse para revisar el mapa y comprobar que la brújula efectivamente marca el norte del territorio. Un pequeño error de grado al inicio puede ser catastrófico a medio o largo plazo. 
En este sentido, adoptar una práctica de Yoga sin saber qué es lo que podemos desplegar y qué no puede llevarnos a una cierta incoherencia o a un elevado desorden de vida. No en vano, la tradición más profunda del Yoga, antes de proponer ninguna técnica, habla del sentido del Yoga, de los objetivos deseables, de las bases de una práctica sólida y de los obstáculos que nos podemos encontrar en el camino. 
Nos alecciona acerca de lo que es el Yoga y de lo que podemos esperar por si decidimos no emprender ningún camino. 
La elección de un camino debería implicar cerebro, corazón y entrañas. Dicho con otras palabras, en el caso que nos sintamos impelidos a recorrer este camino necesitamos una brújula en el Yoga para estar bien orientados y no perdernos aunque los caminos serpenteen por territorios, en principio, desconcertantes. La aguja magnetizada nos asegurará llegar a buen puerto.
 Veamos pues adónde puede apuntar la aguja de la brújula del Yoga y cuál es su más profundo sentido. 

Visión 

Definir el Yoga es un poco arriesgado porque lleva a sus espaldas varios milenios de vida, muchas culturas que han sido alumbradas por él y otras tantas filosofías que han crecido en el mismo suelo haciendo una simbiosis inseparable, muchas de las cuales divergen en sus visiones. 

No obstante, sí podemos destilar los puntos que tienen en común, apartar aquello que parece anecdótico o que responde a formas culturales muy particulares y extraer una sabiduría contrastada por gran número de sabios. 
Definir un Yoga no sólo en base a la tradición de la cual vale la pena no perderla de vista, definirla también desde nuestra perspectiva actual, desde el punto común donde nos encontramos ahora. 
Es lo que hace el caminante: interpreta la brújula desde el preciso recodo del camino donde se encuentra, y no meramente desde un lugar ya recorrido. 

El Yoga es uno de los seis darshanas o sistemas filosóficos ortodoxos hindúes, muy relacionado con el Samkhya. 
Juntos conjugan metafísica y práctica, indagación sobre la realidad y mística en la contemplación. 
La función de estos sistemas es la de apoyarnos para ver con más nitidez la realidad. 
Nos proveen de una perspectiva nueva y diferente acerca de lo que nos rodea y de lo que vivimos en cada situación. 
Todo este entramado filosófico nos sirve como una especie de espejo que nos da muchos más detalles de la realidad cuando nos miramos detenidamente en él. 
Así, podemos decir que el Yoga es un espejo donde mirarnos en profundidad. 
Cuando practicamos un âsana, cuando hacemos un prānāyāma o cuando hacemos meditación, nos damos cuenta de la tensión del músculo, de la ansiedad emocional o de la dispersión mental. 
El Yoga es como una lupa que amplifica a través de sus conocimientos el momento presente pero también son unos prismáticos para ver con mayor amplitud nuestro horizonte vital. 

Es necesario ir más allá de la información que nos dan nuestros sentidos y más allá del corsé de nuestra moral. El Yoga rompe con esa visión estrecha y nos acerca, aunque todavía tengamos los ojos vendados, a percibir el olor de lo sagrado. Y con ello nos preguntamos: ¿qué hay dentro de esa visión? 

Unión 

Una manera de entender otro significado de la palabra Yoga es a través de una metáfora tradicional muy fecunda: la imagen del carromato. 
La función de un carromato es la de transportarnos o llevar nuestros enseres, pero para que cumpla dicha función las ruedas tienen que estar insertas en los ejes del carromato, y éste a los caballos o bueyes a través de un enganche; los bueyes atados entre sí y ambos sujetos a unas riendas que maneja el cochero. Basta que una de las piezas esté ausente o mal colocada para que el carromato quede inmóvil indefinidamente. Para que nuestro medio de transporte esté a punto, las ruedas tienen que estar bien engrasadas, los ejes alineados, los bueyes alimentados, el equipaje bien sujeto, entre otras funciones. 
La imagen que utilizamos es adecuada en tanto que podemos simbolizar, tal como hace la tradición, los elementos del carromato como la globalidad de la que formamos parte. 
El carromato podría ser nuestro cuerpo mientras que los bueyes la parte instintiva que a menudo hay que ponerle unas anteojeras porque fácilmente es tentada por los sentidos. Las riendas son nuestra mente que tiene capacidad de dirigir esa fuerza instintiva y el cochero el yo, el pequeño yo que organiza y dirige el camino a emprender. 
No nos olvidemos que en el interior del carruaje vamos nosotros mismos, nuestro Ser profundo, sin el cual no tendría sentido, ni carromato ni viaje alguno. Es evidente que si el carromato tiene el freno echado, los bueyes desenganchados, el cochero no encuentra las riendas y nosotros estamos confusos, la posibilidad de hacer un viaje queda descartada. 

El Yoga nos ayuda a transformar el caos inicial en orden y a dialogar con los elementos opuestos para crear una nueva armonía. 
Una de las raíces de la palabra Yoga viene de yug, que significa, entre otros, atar, uncir, unión, medio, magia y un largo etcétera, y también está emparentada con la palabra yugo; precisamente el yugo que hay que poner a los bueyes para que sigan unidos por el camino. 
Yoga, en este sentido, es claramente unión. 
Buscamos unión, pero parece ser que en ese mismo camino de vida que recorremos nos encontramos, sin quererlo, mucha desunión. Les pasa a las parejas que aunque se quieran no se entienden, a los grupos religiosos que aunque persigan un mismo objetivo se ignoran, a muchas naciones vecinas que, aunque compartan gran parte de su historia, se odian. La desunión se da entre la humanidad y la naturaleza, a la cual necesitamos pero no dejamos sorprendentemente de explotarla y de aniquilarla; desunión también entre hombres y mujeres que, aunque seamos compañeros de vida, no cejamos en el control y a veces en el maltrato. Maltrato que también se da con los animales, con los niños o con las personas mayores, es decir, con los más débiles. 
Esta desunión se agrava cuando somos insensibles ante el sufrimiento ajeno, cuando desconfiamos del vecino, cuando marginamos a otro simplemente por ser diferente a nosotros. 
Esa fragmentación que se da en el mundo nos afecta, nos envenena y nos aliena, y no se sabe bien si es el mundo el que nos disecciona a su imagen y semejanza o somos nosotros los que sembramos las semillas que después vemos crecer allá fuera. 

En todo caso, la desunión más evidente la sufrimos en nuestras carnes. El cuerpo pierde sensibilidad y nuestra mente la capacidad de atención; decimos por la boca lo que después el cuerpo desmiente, somatizamos en un plano lo que no es integrado en otro. 

En definitiva, nuestras corazas corporales, nuestras emociones desbocadas y nuestros complejos insidiosos nos hablan de aquélla falta de armonía y de la necesidad de la unión que propone el Yoga. 

La posibilidad de trabajar globalmente, en cuerpo, mente y alma utilizando herramientas posturales, respiratorias y energéticas, favoreciendo la concentración, la meditación y la relajación, posibilita un mejor encaje de todo lo que somos y profundiza en una mayor armonía. 
Qué duda cabe de la urgencia en buscar esta unión.


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Comentarios

  1. No estoy practicando yoga. Pero lo que voy leyendo , me moviliza y me tranquiliza.

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